23 de marzo de 2009

A correr que se acaba el mundo

Mi próximo objetivo deportivo es correr la carrera Hi-Tec Series el 19 de Abril en Pilar (Buenos Aires). Se trata de una carrera de cross country, con una distancia a definir entre 18 y 22 km, que te lleva por caminos de tierra, pastizales, bañados, arroyos y pequeñas lagunas.

Tiene pocas dosis de aventura o de orientación, porque la carrera está totalmente señalizada, pero te obliga a pelear contra el barro y los espinillos durante casi dos horas, hasta terminar lo suficientemente cansado como para sentirte orgulloso de tu esfuerzo.

Mi esposa me mira imperturbable y entiendo sus razones. Ambos representamos la eterna discusión sobre la absurda necesidad de agotarse para sentirse mejor.

Foto: Largada Zarate 2004 - El de gorro de lana gris soy yo.

No solo es cansarse, también es regresar a un ámbito lúdico, no del todo competitivo, donde tenemos una excusa para chapotear en el barro y meternos hasta la cintura en el agua, disimulando entre la masa de corredores nuestra regresión a la infancia.

No estoy loco, todo aquel que se disfraza todos los fines de semana del muñeco Gallardo o de Tiger Woods, aunque el resultado sea la versión inútil y expandida a 120 kg del ídolo, entiende a que me refiero.

Correr una media maratón por caminos de tierra tiene sus pro y sus contra. Es mucho más agradable que una carrera de calle y, al ser el terreno más blando, castigas menos las rodillas y los tobillos. Lo malo es que normalmente se realiza lejos de la ciudad y es necesario madrugar para desayunar bien. Viajar unos cuarenta minutos un domingo muy temprano indefectiblemente te arruina el sábado a la noche (y el 18 tengo una fiesta) y esto alimenta los argumentos de mi esposa que se reflejan en su mirada imperturbable, a lo que siempre respondo con el ya clásico “todo no se puede”.

Comencé a correr estas carreras en el 2004. La primera fue en Zarate, pasando el primer puente de Brazo Largo hacia la derecha, justo donde está ese barco grande encallado. Casi me muero.

Antes de este desafío corría carreras de 5 y 10 km en calle, y nadie me había advertido sobre los secretos de las carreras largas, como el hecho que la ropa te roza y te lastima, y otros pequeños detalles que no voy a mencionar acá.

Después de Zarate corrí en promedio 3 medias maratones por año, en calle o cross country, con altibajos en el rendimiento, pero con la constancia suficiente para entrenar.

Desde el 3 de Junio del 2007 anoto en un diario de entrenamiento la actividad que realizo. Anoto tiempos, kilómetros recorridos y el objetivo de la actividad. Normalmente entreno dos veces durante la semana y el domingo hago fondo, es decir corro una distancia larga a baja velocidad. El resultado son 1.377 km y dos pares de zapatillas en 21 meses.

No es mucho, son 66 km por mes, o 16 km por semana. Pero aprendí que el que mejor lleva la cuenta es el cuerpo, ya sea para lesionarse si hago las cosas mal o para mejorar si las hago bien.

¿Por qué hago todo esto? Por muchas razones, pero principalmente para estar, objetivamente, en buena forma física. También para combatir el stress, y hasta para reafirmar mi perseverancia, mi autoestima y mi resistencia a la frustración. Me sirve también para bajar de peso, no solo por el entrenamiento en sí, sino porque quiero tener buenos rendimientos y no hacer papelones.

En resumidas cuentas a los 33 años ingresé en un circulo virtuoso del que me cuesta mucho salir, porque definitivamente me siento mucho mejor cuando lo hago que cuando abandono.

Creo que el secreto está en que encontré una actividad que me divierte y que puedo hacerla en forma regular sin necesidad de coordinar con nadie. Simplemente me pongo las zapatillas y salgo.

Cinco años después de esa carrera veo que, a los 38 años, hacer lo que me gusta, solamente por el placer de chapotear en el barro y meterme hasta la cintura en el agua, es una forma muy divertida de mantenerme sano.

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